miércoles, 2 de septiembre de 2009

MUTACIÓN

La primera arruga que apareció en mi carne fue como si reflejara la tristeza de las estatuas del barroco y me ayudo a sentirme vulnerable y vulgar, como si con ello la vida intentara dejar huella en mí con esa amargura eterna.

Abandonada en la realidad que mata todos mis yoes de forma muy lenta, sentí con el tacto liso de mis yemas la profundidad que alcanzaban las arrugas y que según como las tocase parecían estar llenas o vacías con oquedades, pero venían a anunciarme el vacio del alma esa noche en esa parte de mi que se podría llamar encarnación…

Yo amaba a todos mis yoes, pero sobre todos ellos amaba los de encarnación, porque hacía que me comportara como dentro de mí en medio de un juicio de consecuencia moral y puesta en orden.

Comencé a observar una mutación la vez que oía a un niño preguntándole a otro por su padre fallecido. Era la sensación de notar mis muñecas abiertas, los oídos inyectados en el amargor de las palabras que hieren al ser. Alternativamente me miré a mí misma en la situación y noté un ardor inyectado despacio, como si te vieras obligada a mediarte entre la quietud, una especie de tristeza y sentimiento que impide que llegue la saliva a la tráquea.

Ese día comencé a ser otra. Ese día comencé a morir y a sentir, metiéndome despacio dentro de mí misma, todo lo que le es propio a de un verdadero náufrago. Ese día aprendí que la vida a veces se comporta como una inmensa piel donde mueren las ansias y los yoes.

Fue ese día cuando descubrí la similitud que existe entre la arquitectura vital con las arrugas del cuerpo, las del alma y la antroponimia que cada uno llevamos dentro de nosotros, ocultando las amputaciones y acostumbrándonos a ese silencio.

La siguiente mutación la descubrí en noches en las que aun sin pensar en nada más que cerchas y perfiles metálicos de subestructuras te ves obligada a comer acero o a dormir de pié para estar en guardia y acabar. Es ese día en el que te das cuenta que cada vez que diseñas un interior te desdibujas el alma.

Así fueron muriendo poco a poco todos mis yoes y mi cuerpo se fue llenando de arrugas que no es necesario describir y de amputaciones multiorgánicas que redujeron o minaron la fuerza de mi yo de la inopia visión, mi yo de los estallidos de tensión, mi yo del deneí, mi yo que se encarna y me soporta...

Todo hasta ayer, el día que nevó mucho. Dicen que nevó mucho, que nevó cólico, que cayó nada que cae de la nada. Pero no lo ví, por una vez me dormí temprano y no vi el mundo.

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